En una pequeña cuidad con cielo de tormenta y lluvia torrencial se encontraron dos hombres en un paradero. Así es como el hombre sin nombre comenzó su historia que ahora procedo a transcribir.
Me puedo describir como un hombre gris, bajo, con mi traje algo anticuado, pero no pasado de moda, mi sombrero negro tipo bombin y un paraguas negro, que es tan grande como para ser usado de bastón. Hoy en día las personas no comprenden la importancia de un buen sombrero o un buen paraguas, todo es desechable (suspira). El otro hombre nunca me habría notado, a pesar de estar bajo el mismo paradero, refugiándome de la misma lluvia; soy el señor celofán, como dice la canción, puedes mirarlo de frente, pasar a su lado y nunca notar que está ahí. Pero ese día miré a ese chiquillo de 35 años, mojado, perdido y me evocó recuerdos del pasado. No preguntes que recuerdos porque no alcanzo a comprender y hace años que dejé de recordar nada. Ahora todos son hechos, en especial con toda la tecnología, déjame decirte que yo sería un gran científico, principalmente porque no siento nada mas que indiferencia, pero ese día me sentí como me siento ahora contándote esta historia: como una marioneta de un hombre vivo, y hay veces que fingir sentir algo te saca de la monotonía de sentir nada. ¿Dónde estaba?, si, perdona que me fuera por las ramas, no suelo hablar con nadie y supongo que todos tenemos cosas que decir, aunque carezcan de importancia.
Vi a ese chiquillo desvalido y no me pude contener así que me acerque y le dije: "Perdone buen hombre, pero usted se esta muriendo", por supuesto que se asustó al darse cuenta que yo estaba ahí. Sin embargo en vez de quedarse con el shock inicial, el curioso hombre se sacudió las manos en sus jeans azules descoloridos y me preguntó con un tono cansado "¿Porque cree usted eso?". Supongo que si sintiera algo, habría sentido emoción al tener mi primera conversación con un vivo en más de 100 años, pero en ese momento no sentí nada.
Por supuesto las normas de cortesía me forzaron a responder: "Usted está muriendo porque puedo ver parte de mi en usted, sus días son cada vez más monótonos e indiferentes, ya no siente pena por su existencia, por el hecho de que nadie lo ama y está solo. Su trabajo le daba sentido a su existencia, pero ahora ya no lo llena nada. Le apuesto que si pasara un autobús su primer pensamiento sería tirarse bajo las ruedas pero eso requeriría un esfuerzo supremo de voluntad que usted está demasiado cansado para realizar". En ese momento vi como ese chiquillo temblaba frente a mi, como si algo se hubiese activado dentro de él, vi la pregunta obvia en su cara, por lo que esperaba un ¿cómo lo supo?, sin embargo solo me quedo mirando por un buen rato y luego me preguntó: "¿Y usted que cree que debería hacer?". Ese chiquillo de 35 era más sabio que yo a mis 35, si no, habría muerto de viejo y no a causa del arsénico, que por cierto libera todos los fluidos y es francamente asqueroso de limpiar, lo que no habría adivinado al tomarlo ya que con su aroma a almendras prometía una muerte dulce. Como ves hasta los venenos son engañosos. Lo siento de nuevo me fui por las ramas, él joven me preguntó y yo respondí.
"¿Sabe la diferencia entre un vivo y un muerto? Los muertos no sueñan. Los vivos tienen ilusiones, por pequeñas que sean, sueñan que la persona de sus afectos los va a corresponder, que va a haber una comida rica esperándolos en casa, que van a hacer un descubrimiento que cambiará el mundo, que ese viaje de vacaciones será suficiente para mantener la ilusión de un nuevo viaje, etc. Nosotros los muertos ya no soñamos nada, si somos afortunados de vernos ´mortales´, es decir sin un hacha en la cabeza como el pobre de Willy que en el '65, 1965, salió a caminar entre la niebla y le dio un susto de muerte a un escritor francés que luego hizo una novela donde se nos describe como fantasmas.
No muchacho, los muertos salimos en la noche o en estos días grises para simular estar vivos, para ver si encontramos algo o alguien que nos haga sentir lo que sea, paseamos entre vosotros con la ilusión de encontrar algo que nos saque del vacío, al menos por un segundo. Mire usted lo afortunado que es de poder sentir frío. Saque las garras muchacho y permítase soñar de nuevo".
Se preguntará ahora que pasó, porque le estoy contando esta historia a una muchacha que estaba tranquilamente sentada en la plaza. Usted es especial, no trate de disimular conmigo. Pero no fue por eso que quise contarle todo esto, resulta que hoy ese hombre murió, a los 87 años, con una familia atrás y sueños sin cumplir. El no se levantará a deambular en el mundo como yo, él nacerá nuevamente para cumplir todos esos sueños que dejó atrás. Eso me reconforta a un nivel muy profundo y hace que quiera compartir la historia de nuestro breve encuentro aquel día de lluvia.
Con esto el hombre sentado a mi lado se levantó, se tocó el sombrero con una mano y haciendo un ademán extraño como una reverencia me dijo: "Que tenga un buen día señorita. Ahora esta historia es tanto suya como mía". Y se alejó caminando, adentrándose en la niebla de ese día gris.